Micosis fungoide: linfoma cutáneo de células T

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La micosis fungoide es un tipo raro de linfoma no Hodgkin que afecta principalmente a la piel. Se trata de un linfoma cutáneo de células T, es decir, un cáncer del sistema inmunológico en el que ciertos glóbulos blancos (linfocitos T) se acumulan anormalmente en la piel, causando lesiones que pueden parecerse a erupciones, eccema o psoriasis.

Aunque su nombre puede llevar a confusión, no se trata de una infección por hongos. El término “fungoide” se refiere al aspecto micótico de las lesiones en estadios avanzados, pero no tiene relación con una causa fúngica.

Esta enfermedad progresa lentamente y pasa por varias etapas clínicas:

  1. Fase de manchas: aparecen parches planos, rojizos o escamosos, a menudo en áreas protegidas del sol como glúteos o muslos.
  2. Fase de placas: las lesiones se vuelven más gruesas y elevadas.
  3. Fase tumoral: pueden desarrollarse nódulos o tumores en la piel.
  4. En algunos casos avanzados, las células cancerosas pueden diseminarse a los ganglios linfáticos, sangre u otros órganos.

Los síntomas comunes incluyen picazón, descamación, lesiones que no responden a tratamientos convencionales y, en etapas avanzadas, úlceras o infecciones secundarias.

El diagnóstico se realiza mediante biopsias de piel, que suelen requerir múltiples muestras a lo largo del tiempo debido a la similitud con otras enfermedades dermatológicas. También se utilizan análisis de sangre, inmunohistoquímica, y estudios moleculares para confirmar la presencia de células T anómalas.

El tratamiento depende del estadio de la enfermedad. En fases tempranas puede incluir terapias tópicas como corticoides, quimioterapia tópica, fototerapia (PUVA o UVB), o radioterapia local. En fases más avanzadas se pueden usar tratamientos sistémicos como interferón alfa, retinoides, quimioterapia oral o intravenosa, y anticuerpos monoclonales.

El pronóstico es generalmente favorable en etapas tempranas, donde los pacientes pueden vivir muchos años con una buena calidad de vida. En casos avanzados, el tratamiento se enfoca en controlar los síntomas, limitar la progresión y mejorar la calidad de vida.

El seguimiento a largo plazo con dermatología y oncología es fundamental, ya que se trata de una enfermedad crónica que puede tener recaídas o evolucionar lentamente.

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