Leucemia Mieloide Crónica (LMC)

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La leucemia mieloide crónica es un tipo de cáncer de la sangre que se origina en la médula ósea, donde se producen las células sanguíneas. Afecta principalmente a las células mieloides, que normalmente se transforman en glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas. En la LMC, estas células se multiplican de forma anormal y descontrolada.

Una característica fundamental de esta enfermedad es la presencia del cromosoma Filadelfia, resultado de una translocación genética entre los cromosomas 9 y 22. Este cambio da lugar al gen BCR-ABL1, que produce una proteína anormal con actividad de tirosina quinasa, la cual estimula el crecimiento desmedido de las células leucémicas.

La LMC se presenta con mayor frecuencia en adultos, especialmente en personas mayores de 50 años. Es poco común en niños y adolescentes. No se considera hereditaria ni transmisible de una persona a otra.

En etapas tempranas, puede no haber síntomas. Cuando aparecen, suelen incluir fatiga persistente, pérdida de peso sin causa aparente, sudoraciones nocturnas, fiebre, sensación de llenura o dolor abdominal por agrandamiento del bazo, y mayor predisposición a infecciones.

El diagnóstico se realiza a través de análisis de sangre que revelan un aumento anormal de glóbulos blancos. También se usan estudios genéticos como la detección del cromosoma Filadelfia o del gen BCR-ABL1. A menudo se complementa con una biopsia de médula ósea.

El tratamiento de elección para la LMC son los inhibidores de tirosina quinasa (TKI), como imatinib, dasatinib o nilotinib. Estos medicamentos bloquean la actividad del gen BCR-ABL1 y han revolucionado el pronóstico de la enfermedad. En casos donde los TKIs no funcionan o hay recaída, se puede considerar un trasplante de médula ósea o quimioterapia adicional.

La LMC se clasifica en tres fases: crónica, acelerada y blástica. La mayoría de los pacientes se diagnostican en la fase crónica, que responde mejor al tratamiento. Si no se controla, la enfermedad puede avanzar a fases más agresivas y difíciles de tratar.

Gracias a los avances médicos, el pronóstico de la LMC ha mejorado significativamente. Muchos pacientes tratados de manera adecuada pueden vivir durante décadas con buena calidad de vida. El seguimiento regular es crucial para evaluar la respuesta al tratamiento y detectar cualquier señal de progresión de la enfermedad.

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