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La influenza es una enfermedad respiratoria aguda causada por los virus de la familia Orthomyxoviridae. Afecta principalmente a la nariz, la garganta y los pulmones, y su inicio suele ser súbito, con síntomas intensos que pueden incapacitar al paciente durante varios días. Es una enfermedad estacional, con mayor circulación en los meses fríos, aunque puede presentarse en cualquier momento del año.

Existen tres tipos principales de virus de la influenza que afectan a los seres humanos: A, B y C. El tipo A es el más variable y responsable de epidemias y pandemias, mientras que el tipo B provoca brotes estacionales más limitados. El tipo C es menos común y causa cuadros leves. Los virus de influenza tienen una alta capacidad de mutación, lo que provoca que su composición cambie cada año. Esto explica por qué es necesario actualizar la vacuna anualmente y por qué una persona puede enfermar varias veces a lo largo de su vida.

La transmisión ocurre principalmente por medio de gotitas respiratorias que se expulsan al toser, estornudar o hablar. También puede transmitirse al tocar superficies contaminadas y luego llevarse las manos a nariz, ojos o boca. Las personas contagian desde un día antes de iniciar síntomas y hasta siete días después, aunque los niños y los inmunocomprometidos pueden contagiar por más tiempo. La facilidad de transmisión convierte a la influenza en una de las enfermedades virales más frecuentes en el mundo.

Los síntomas habituales incluyen fiebre elevada, dolor de cabeza, dolor de cuerpo, cansancio intenso, dolor de garganta, tos seca y congestión nasal. A diferencia del resfriado común, la influenza suele provocar un deterioro general más marcado, aparición súbita y mayor duración de los síntomas. También puede acompañarse de sensibilidad ocular a la luz, sudoración excesiva y escalofríos. En niños se pueden presentar vómitos o diarrea, aunque esto es menos común en adultos.

La mayoría de los casos son leves y se resuelven en una a dos semanas, pero en ciertos grupos la influenza puede complicarse. Los principales grupos de riesgo incluyen niños pequeños, adultos mayores, personas embarazadas y quienes padecen enfermedades crónicas como asma, diabetes, cardiopatías, obesidad o inmunosupresión. Las complicaciones más frecuentes son la neumonía viral o bacteriana, la deshidratación, la exacerbación de enfermedades crónicas y, en casos graves, insuficiencia respiratoria o muerte.

El diagnóstico suele basarse en la clínica durante temporadas de alta circulación viral. Sin embargo, existen pruebas específicas como los PCR respiratorios y pruebas rápidas de antígeno que pueden confirmar la presencia del virus. Estas se utilizan sobre todo en pacientes graves, en hospitales o en situaciones donde es necesario distinguir influenza de otras infecciones respiratorias.

El tratamiento se enfoca en aliviar los síntomas mediante hidratación, reposo, analgésicos y antipiréticos. En algunos casos se indican antivirales como oseltamivir, especialmente si el paciente pertenece a un grupo de riesgo o si los síntomas iniciaron en las últimas 48 horas. Los antivirales reducen la duración y la severidad de la enfermedad, además del riesgo de complicaciones. El uso de antibióticos no está indicado a menos que exista evidencia de infección bacteriana secundaria.

La medida preventiva más efectiva es la vacunación anual. La vacuna se elabora cada año con base en las cepas que se espera circulen durante la próxima temporada. Está indicada para toda la población, pero es especialmente prioritaria en los grupos vulnerables. Otras medidas preventivas incluyen el lavado frecuente de manos, la ventilación de espacios, evitar contacto cercano con personas enfermas y cubrirse al toser o estornudar.

La influenza es una enfermedad común pero potencialmente grave, especialmente cuando no se detecta a tiempo o en personas vulnerables. La combinación de vacunación, hábitos preventivos y tratamiento adecuado ha demostrado reducir de manera importante la carga de enfermedad y sus complicaciones.

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