Osteoartritis
La osteoartritis, también conocida como artrosis, es una enfermedad articular degenerativa y crónica que se caracteriza por el desgaste progresivo del cartílago que recubre las superficies óseas en las articulaciones. Este cartílago cumple una función esencial, ya que actúa como amortiguador y permite el movimiento suave entre los huesos. Cuando se deteriora, los huesos comienzan a rozar entre sí, lo que provoca dolor, rigidez, inflamación y pérdida de movilidad articular. La osteoartritis es el tipo más común de artritis y una de las principales causas de discapacidad física en adultos mayores.
A diferencia de otras formas de artritis, la osteoartritis no se debe principalmente a procesos inflamatorios autoinmunes, sino al desgaste mecánico y biológico de las estructuras articulares. Sin embargo, con el tiempo puede desarrollarse una inflamación secundaria como consecuencia del daño tisular. La enfermedad afecta con mayor frecuencia las articulaciones que soportan peso, como las rodillas, las caderas y la columna vertebral, aunque también puede presentarse en las manos y los dedos.
Las causas de la osteoartritis son multifactoriales. Entre los factores de riesgo más importantes se encuentran la edad avanzada, ya que el cartílago pierde elasticidad y capacidad de regeneración con el tiempo; el sobrepeso y la obesidad, que aumentan la presión sobre las articulaciones; las lesiones articulares previas; las alteraciones biomecánicas (como el pie plano o la mala alineación de las rodillas); y la predisposición genética. También pueden influir factores hormonales, como la disminución de estrógenos en mujeres después de la menopausia.
En cuanto a su fisiopatología, la osteoartritis se desarrolla cuando el equilibrio entre la degradación y la reparación del cartílago articular se rompe. Las células del cartílago (condrocitos) intentan reparar el daño, pero con el tiempo la degradación supera la capacidad de regeneración. Esto conduce al adelgazamiento del cartílago, al aumento del roce óseo y a la formación de osteofitos, que son pequeños crecimientos óseos en los bordes de la articulación. Además, se altera el líquido sinovial, que pierde parte de su capacidad lubricante, y puede haber afectación del hueso subcondral, que se endurece y se deforma.
Los síntomas de la osteoartritis se desarrollan gradualmente y suelen empeorar con el tiempo. El principal es el dolor articular, que aparece o se intensifica con la actividad y mejora con el reposo. También son frecuentes la rigidez matutina de corta duración (menos de 30 minutos), la disminución del rango de movimiento, el crujido articular al moverse y la deformidad progresiva de la articulación afectada. En algunos casos puede presentarse inflamación leve y sensación de inestabilidad o debilidad muscular alrededor de la zona dañada.
El diagnóstico de la osteoartritis se basa principalmente en la historia clínica y en el examen físico. El médico evalúa los síntomas, la localización del dolor, la movilidad y la presencia de deformidades o crepitaciones. Para confirmar el diagnóstico y valorar el grado de daño, se utilizan estudios de imagen como la radiografía, que puede mostrar estrechamiento del espacio articular, osteofitos, esclerosis del hueso subcondral y quistes óseos. En casos complejos, se pueden utilizar resonancia magnética o ecografía para detectar cambios en tejidos blandos o cartílago.
Actualmente no existe una cura para la osteoartritis, pero el tratamiento busca aliviar los síntomas, mejorar la función articular y ralentizar la progresión del daño. Las estrategias terapéuticas incluyen medidas no farmacológicas, farmacológicas y, en casos avanzados, quirúrgicas.
Entre las medidas no farmacológicas se encuentran el control del peso corporal para reducir la carga sobre las articulaciones, el ejercicio físico regular de bajo impacto (como natación, bicicleta o caminata), la fisioterapia para fortalecer los músculos y mejorar la movilidad, y el uso de dispositivos de apoyo (como bastones o plantillas ortopédicas). La educación del paciente es esencial para fomentar la adherencia al tratamiento y promover la protección articular.
En cuanto al tratamiento farmacológico, los analgésicos como el paracetamol se utilizan para el dolor leve, mientras que los antiinflamatorios no esteroideos (AINEs) son útiles en casos de dolor más intenso o presencia de inflamación. En algunos pacientes se utilizan cremas o geles tópicos con AINEs o capsaicina. En brotes dolorosos, el médico puede recomendar infiltraciones intraarticulares de corticoides o ácido hialurónico para aliviar el dolor y mejorar la movilidad temporalmente. En los últimos años se han estudiado fármacos modificadores de la enfermedad, pero aún no existe un tratamiento farmacológico capaz de revertir el daño estructural del cartílago.
Cuando la osteoartritis alcanza etapas avanzadas y los tratamientos conservadores no alivian el dolor, puede ser necesaria una cirugía. Los procedimientos más comunes son la artroplastia (reemplazo total o parcial de la articulación por una prótesis), la osteotomía (reajuste del hueso para redistribuir el peso articular) o la artrodesis (fusión de huesos en casos de articulaciones pequeñas, como las de los dedos). Estas intervenciones pueden mejorar significativamente la calidad de vida y la función del paciente.
Además del impacto físico, la osteoartritis puede tener repercusiones emocionales, ya que el dolor crónico y la pérdida de movilidad pueden generar ansiedad, depresión y aislamiento social. Por ello, el tratamiento integral debe incluir apoyo psicológico y estrategias de autocuidado.
El pronóstico depende de la articulación afectada, la severidad del daño y la respuesta al tratamiento. Aunque es una enfermedad irreversible, la mayoría de los pacientes logra mantener una vida activa y funcional con las medidas adecuadas. La detección temprana y la modificación de los factores de riesgo son clave para frenar su progresión.
En resumen, la osteoartritis es una enfermedad articular degenerativa que resulta del desgaste progresivo del cartílago y afecta la movilidad, el confort y la calidad de vida. Si bien no tiene cura, el tratamiento multidisciplinario —basado en ejercicio, control del peso, medicamentos y en algunos casos cirugía— permite controlar los síntomas, conservar la función articular y favorecer una vida activa y plena.
