Hipercolesterolemia Familiar: la herencia de un colesterol elevado

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La hipercolesterolemia familiar (HF) es una enfermedad genética caracterizada por niveles anormalmente altos de colesterol LDL (lipoproteína de baja densidad), conocido como el “colesterol malo”. A diferencia de la hipercolesterolemia común, que puede deberse a una dieta poco saludable o al sedentarismo, esta condición se hereda de uno o ambos padres y está presente desde el nacimiento. Su principal consecuencia es el riesgo elevado de enfermedad cardiovascular prematura, incluso en personas jóvenes o aparentemente sanas.

La causa principal de la hipercolesterolemia familiar radica en mutaciones genéticas que afectan los mecanismos encargados de eliminar el colesterol LDL de la sangre. Los genes más frecuentemente implicados son el LDLR, que codifica el receptor del colesterol LDL; el APOB, relacionado con la unión del colesterol a sus receptores; y el PCSK9, que regula la cantidad de receptores disponibles. Cuando uno de estos genes presenta una alteración, el cuerpo no logra limpiar eficazmente el colesterol de la circulación, lo que causa su acumulación en las arterias.

Existen dos formas de la enfermedad: la heterocigota, cuando el individuo hereda un solo gen defectuoso de uno de los padres, y la homocigota, cuando recibe la mutación de ambos. La forma heterocigota es la más común y afecta aproximadamente a 1 de cada 250 personas, mientras que la homocigota es mucho más rara, apareciendo en 1 de cada 250,000 a 1,000,000 personas, pero es mucho más grave.

Las personas con hipercolesterolemia familiar heterocigota suelen presentar niveles de colesterol LDL entre 190 y 400 mg/dL, mientras que en la forma homocigota, los niveles pueden superar los 500 o 600 mg/dL, incluso en la infancia. Esta acumulación de colesterol produce depósitos grasos en diferentes partes del cuerpo, conocidos como xantomas, que se observan como pequeños bultos amarillos en los codos, las rodillas, los tendones de Aquiles o alrededor de los ojos, llamados xantelasmas.

Uno de los aspectos más peligrosos de esta enfermedad es su carácter silencioso. Muchas personas desconocen que la padecen hasta que sufren un evento cardiovascular, como un infarto de miocardio o un accidente cerebrovascular, a edades inusualmente tempranas. En los casos homocigotos, los síntomas pueden manifestarse incluso antes de los 10 años, y sin tratamiento, la expectativa de vida puede reducirse considerablemente.

El diagnóstico se basa en la medición del colesterol LDL, el historial familiar y, en muchos casos, pruebas genéticas. Si un miembro de la familia es diagnosticado con HF, es recomendable que todos los parientes directos se sometan a estudios, ya que el riesgo de herencia es del 50% en cada hijo de un portador. Este proceso se conoce como rastreo familiar o en cascada, y permite detectar a tiempo a otros posibles afectados.

El tratamiento de la hipercolesterolemia familiar combina cambios en el estilo de vida y terapia farmacológica intensiva. La alimentación debe ser baja en grasas saturadas y colesterol, con abundancia de frutas, verduras, granos integrales y pescado. También se recomienda mantener un peso saludable, hacer ejercicio regularmente y evitar el consumo de tabaco. Sin embargo, en la mayoría de los casos, estas medidas por sí solas no son suficientes, ya que el problema tiene un origen genético.

Por eso, el pilar del tratamiento son los medicamentos hipolipemiantes, especialmente las estatinas, que reducen la producción de colesterol en el hígado y aumentan la eliminación de LDL. En algunos casos, se agregan ezetimiba o inhibidores de PCSK9, que potencian la reducción de los niveles de colesterol. En las formas graves o resistentes, se puede recurrir a procedimientos como la aféresis de LDL, una técnica similar a la diálisis, que filtra el colesterol directamente de la sangre.

Las personas con la forma homocigota pueden requerir además terapias avanzadas como lomitapida o evinacumab, e incluso considerar un trasplante de hígado, ya que el órgano es responsable de producir los receptores del colesterol.

El seguimiento médico debe ser constante, con controles periódicos de los niveles lipídicos y del estado cardiovascular. Es fundamental mantener una comunicación estrecha con el cardiólogo o el especialista en metabolismo lipídico, ya que un tratamiento temprano y continuo puede reducir drásticamente el riesgo de infarto o muerte súbita.

Aunque no tiene cura, la hipercolesterolemia familiar es una condición tratable y controlable. La detección precoz es clave, especialmente en familias con antecedentes de problemas cardíacos antes de los 50 años. Con la terapia adecuada, muchas personas con HF pueden llevar una vida larga y saludable, evitando complicaciones graves.

En conclusión, la hipercolesterolemia familiar es un trastorno hereditario de gran impacto médico y social, pero también una enfermedad donde la prevención y el conocimiento genético pueden marcar la diferencia. Identificarla a tiempo no solo salva vidas individuales, sino que protege a generaciones enteras de los efectos silenciosos pero devastadores del colesterol elevado.

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