Fiebre Tifoidea: Una Enfermedad Infecciosa que Aún Persiste

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La fiebre tifoidea es una enfermedad infecciosa grave causada por la bacteria Salmonella enterica serotipo Typhi. Aunque es más común en regiones con condiciones sanitarias deficientes, puede afectar a cualquier persona expuesta a agua o alimentos contaminados. Es una de las enfermedades bacterianas más conocidas por su capacidad de propagarse rápidamente en comunidades sin acceso a agua potable o sin adecuados sistemas de saneamiento.

La transmisión ocurre por vía fecal-oral, es decir, cuando una persona ingiere alimentos o líquidos contaminados con heces de un portador o enfermo. También puede transmitirse a través del contacto directo con una persona infectada si no se practica una correcta higiene de manos.

Una vez que la bacteria entra en el organismo, se multiplica en el intestino y luego se disemina al torrente sanguíneo, afectando diferentes órganos. La fiebre tifoidea se manifiesta con síntomas que aparecen de forma gradual y que pueden empeorar si no se trata a tiempo.

Los síntomas iniciales incluyen fiebre alta persistente (que puede alcanzar los 39–40 °C), dolor abdominal, debilidad, dolor de cabeza, pérdida de apetito, diarrea o estreñimiento, y en ocasiones una erupción cutánea llamada “roséola tifoidea”, que se presenta como pequeñas manchas rosadas en el tronco. Otros síntomas posibles son escalofríos, tos seca, sudoración y malestar general.

En casos graves, la fiebre tifoidea puede provocar complicaciones como hemorragias intestinales, perforación del intestino, hepatitis, problemas neurológicos e incluso la muerte si no se recibe tratamiento médico adecuado.

El diagnóstico se confirma mediante pruebas de laboratorio como el hemocultivo, coprocultivo o mielocultivo, y análisis serológicos que detectan la presencia de anticuerpos. Sin embargo, en muchos lugares con escasos recursos, el diagnóstico puede ser clínico y apoyado en la historia de viaje o exposición del paciente.

El tratamiento principal es con antibióticos como ciprofloxacino, ceftriaxona o azitromicina, dependiendo del caso y de la resistencia bacteriana. En los últimos años ha habido un aumento preocupante de cepas resistentes a múltiples antibióticos, lo que ha complicado el manejo de la enfermedad en algunas regiones.

Además del tratamiento médico, se recomienda reposo, hidratación constante y una alimentación suave. Es esencial seguir las indicaciones del médico al pie de la letra, ya que interrumpir el tratamiento puede generar recaídas o favorecer la aparición de portadores crónicos, personas que, aunque no presenten síntomas, pueden seguir transmitiendo la bacteria.

La fiebre tifoidea puede prevenirse con medidas de higiene: lavarse las manos con agua y jabón antes de comer y después de ir al baño, consumir agua potable (hervida, embotellada o purificada), evitar alimentos crudos en zonas de riesgo y asegurarse de que los alimentos estén bien cocidos.

También existen vacunas preventivas, especialmente recomendadas para personas que viajan a países donde la enfermedad es endémica. Estas vacunas pueden ser inyectables o orales, y aunque no garantizan una protección total, sí reducen significativamente el riesgo de contagio.

La educación en salud, el acceso al agua potable, el manejo adecuado de residuos y el fortalecimiento de los servicios de salud pública son claves para reducir la incidencia de esta enfermedad que, aunque prevenible, sigue causando miles de casos cada año en el mundo.

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