Hepatitis B
La hepatitis B es una infección viral causada por el virus de la hepatitis B (VHB), un virus ADN altamente contagioso que afecta principalmente al hígado. Su importancia radica en que puede presentarse tanto en forma aguda como crónica, y en algunos pacientes evoluciona hacia insuficiencia hepática, cirrosis o cáncer hepático. Es una de las enfermedades infecciosas más vigiladas a nivel mundial debido a su capacidad de transmisión y a la carga de complicaciones asociadas.
El VHB se transmite por contacto con sangre u otros fluidos corporales infectados. Las vías más frecuentes incluyen relaciones sexuales sin protección, compartir agujas o instrumentos punzocortantes contaminados, procedimientos médicos sin esterilización adecuada y la transmisión materno-fetal durante el parto. No se transmite por saliva en actividades cotidianas, compartir alimentos, abrazar o besar en la mejilla.
Tras entrar al organismo, el virus se dirige al hígado, donde infecta los hepatocitos. El daño hepático no es causado directamente por el virus, sino por la respuesta inmunitaria del huésped, que intenta eliminar a las células infectadas. Por ello, la gravedad de la enfermedad depende tanto de la cantidad de virus como de la intensidad de la respuesta inmune.
La infección puede manifestarse como hepatitis aguda o crónica. La hepatitis aguda se presenta semanas o meses después del contagio. Sus síntomas suelen incluir cansancio intenso, náuseas, vómitos, dolor abdominal, fiebre baja, pérdida de apetito, orina oscura, heces claras y coloración amarillenta de la piel y los ojos, llamada ictericia. Sin embargo, hasta un gran porcentaje de adultos infectados pueden cursar la fase aguda sin síntomas, lo cual facilita la transmisión inadvertida.
Cuando el virus permanece en el organismo por más de seis meses, se considera hepatitis B crónica. Esto ocurre con mayor frecuencia cuando la infección se adquiere en la infancia, especialmente al nacer, ya que el sistema inmunitario aún es inmaduro y no logra eliminar completamente al virus. En adultos, la mayoría logra aclarar la infección aguda, pero un porcentaje menor progresa a cronicidad. La hepatitis B crónica puede ser silenciosa durante años, pero mientras tanto provoca inflamación persistente y daño en el tejido hepático.
Con el paso del tiempo, la inflamación crónica puede conducir a fibrosis, que es la formación de tejido cicatricial en el hígado. Si esta fibrosis avanza al punto de distorsionar la estructura y función hepática, se desarrolla cirrosis. En esta etapa, el hígado pierde su capacidad de realizar funciones esenciales como la desintoxicación, la síntesis de proteínas y la regulación metabólica. La cirrosis secundaria a hepatitis B aumenta de forma considerable el riesgo de carcinoma hepatocelular, un tipo de cáncer de hígado que puede aparecer incluso antes de que la cirrosis esté completamente establecida.
El diagnóstico se basa en pruebas serológicas que identifican diferentes antígenos y anticuerpos. El antígeno de superficie (HBsAg) indica infección activa. El anticuerpo anti-HBs señala inmunidad por infección pasada o por vacuna. El anticuerpo anti-HBc refleja exposición al virus, y el antígeno e (HBeAg) sugiere alta infectividad. También se usan pruebas de carga viral (ADN del VHB) para evaluar la replicación del virus y guiar decisiones de tratamiento. Además, se solicitan estudios de función hepática para medir el grado de inflamación o daño en el hígado.
El tratamiento varía según el tipo de hepatitis. En la fase aguda generalmente no se requieren antivirales; el manejo se centra en reposo relativo, hidratación y vigilancia estrecha para detectar complicaciones. En cambio, la hepatitis B crónica puede necesitar medicamentos antivirales de uso prolongado, como tenofovir o entecavir, que ayudan a reducir la replicación viral y a frenar el daño hepático. Algunas personas pueden requerir seguimiento de por vida para evitar progresión a cirrosis o cáncer hepático.
La prevención es un pilar fundamental. Existe una vacuna altamente efectiva que se aplica desde la infancia y también en adultos no vacunados. Tres dosis aseguran protección duradera. Para reducir el riesgo de contagio también se recomienda usar preservativo en relaciones sexuales, evitar compartir agujas o instrumentos cortantes, y asegurarse de que cualquier procedimiento médico o estético se realice con material esterilizado. Las mujeres embarazadas deben ser tamizadas, ya que si son portadoras existe tratamiento preventivo para evitar la transmisión al recién nacido.
En resumen, la hepatitis B es una enfermedad viral seria pero prevenible, cuyo impacto depende tanto de la respuesta inmune como de la atención médica oportuna. Detectarla, vigilarla y tomar medidas preventivas permite reducir el riesgo de complicaciones graves y mejorar la calidad de vida de quienes viven con esta infección.
