Neuromielitis óptica: una enfermedad autoinmune que afecta la médula espinal y los nervios ópticos
La neuromielitis óptica (NMO), también conocida como enfermedad de Devic, es un trastorno autoinmune y desmielinizante del sistema nervioso central que afecta principalmente el nervio óptico y la médula espinal. Se caracteriza por episodios recurrentes de neuritis óptica —que provoca pérdida visual— y mielitis transversa —que causa debilidad y parálisis—. Aunque puede parecer similar a la esclerosis múltiple, la NMO es una enfermedad distinta, con mecanismos inmunológicos y tratamientos específicos.
En condiciones normales, el sistema inmunitario protege al organismo de infecciones, pero en la neuromielitis óptica, el sistema inmune ataca por error la proteína acuaporina-4 (AQP4), presente en las células que regulan el agua en el sistema nervioso. Este ataque produce inflamación y destrucción de la mielina, la capa que recubre y protege las fibras nerviosas. La pérdida de mielina interrumpe la comunicación entre el cerebro y el resto del cuerpo, lo que genera los síntomas característicos.
Los principales síntomas incluyen pérdida repentina de la visión en uno o ambos ojos, dolor ocular, debilidad o parálisis de brazos y piernas, entumecimiento, alteraciones de la sensibilidad, rigidez muscular y dificultad para controlar la vejiga o los intestinos. En los casos más graves, la inflamación de la médula puede causar una parálisis casi completa o problemas respiratorios si se ven afectadas las áreas que controlan la función pulmonar.
A diferencia de la esclerosis múltiple, la neuromielitis óptica suele presentar brotes más intensos y dañinos, con menos capacidad de recuperación entre episodios. Existen dos formas de la enfermedad: la monofásica, en la que ocurre un solo ataque que afecta simultáneamente los nervios ópticos y la médula; y la recurrente, más frecuente, caracterizada por varios brotes a lo largo del tiempo.
El diagnóstico se basa en la evaluación clínica, la resonancia magnética cerebral y medular, y la detección de anticuerpos anti-AQP4 en sangre, considerados un marcador específico de la enfermedad. En algunos casos también se buscan anticuerpos contra MOG (glicoproteína de mielina del oligodendrocito), que indican una variante distinta pero relacionada. Estos estudios permiten diferenciar la NMO de otras enfermedades neurológicas, especialmente de la esclerosis múltiple.
El tratamiento se divide en dos fases: el manejo de los brotes agudos y la prevención de recaídas. En los brotes, se utilizan corticosteroides intravenosos de alta dosis para reducir la inflamación, y si no hay mejoría, se recurre a la plasmaféresis para eliminar los anticuerpos dañinos de la sangre. Para evitar nuevos episodios, se emplean inmunosupresores como azatioprina, micofenolato mofetilo o rituximab, los cuales reducen la actividad del sistema inmune. En los últimos años, se han aprobado terapias biológicas específicas dirigidas contra los mecanismos inmunológicos de la enfermedad, como eculizumab o satralizumab, que han mejorado significativamente el pronóstico.
El pronóstico depende del control de los brotes y del acceso al tratamiento adecuado. Sin manejo médico, la enfermedad puede causar ceguera permanente o parálisis severa, pero con un tratamiento oportuno, muchas personas logran mantener una vida funcional y prevenir nuevos daños neurológicos. La rehabilitación física y visual, junto con el apoyo psicológico, también forman parte esencial del manejo integral.
En resumen, la neuromielitis óptica es una enfermedad autoinmune grave pero tratable. La detección temprana, el seguimiento neurológico especializado y el uso de terapias inmunológicas modernas permiten mejorar la calidad de vida y frenar el avance de este trastorno que, aunque poco frecuente, requiere atención médica continua y precisa.
