Trastorno del desarrollo intelectual

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El trastorno del desarrollo intelectual (antes denominado retraso mental o discapacidad intelectual) es una condición caracterizada por limitaciones significativas tanto en el funcionamiento intelectual como en la conducta adaptativa, que incluye habilidades conceptuales, sociales y prácticas necesarias para la vida diaria. Estas manifestaciones deben aparecer en la infancia o en el periodo de desarrollo temprano.

El funcionamiento intelectual se refiere a la capacidad cognitiva general, evaluada principalmente a través de pruebas estandarizadas de coeficiente intelectual (CI). Tradicionalmente, un CI por debajo de 70 se ha considerado indicativo, aunque el diagnóstico no se basa únicamente en esta medida, sino en la valoración clínica integral.

La conducta adaptativa implica las habilidades que permiten a la persona desenvolverse en la vida cotidiana. Se divide en tres áreas:

  • Conceptuales: lenguaje, lectura, escritura, matemáticas, razonamiento y memoria.
  • Sociales: habilidades interpersonales, responsabilidad, autoestima, seguimiento de reglas, resolución de problemas sociales.
  • Prácticas: cuidado personal, uso del dinero, manejo del hogar, transporte, seguridad y actividades laborales.

El trastorno puede clasificarse en niveles de gravedad: leve, moderado, grave y profundo. En el nivel leve, las personas suelen lograr cierto grado de independencia con apoyo; en los niveles más severos, la dependencia es mayor y requieren asistencia continua en casi todos los aspectos de la vida.

Las causas del trastorno del desarrollo intelectual son múltiples y variadas. Entre ellas se incluyen factores genéticos (como el síndrome de Down, el síndrome del X frágil o errores innatos del metabolismo), problemas durante el embarazo (infecciones, consumo de alcohol, drogas o desnutrición materna), complicaciones perinatales (asfixia, parto prematuro), y factores ambientales o adquiridos en la infancia (traumatismos, meningitis, intoxicaciones).

El diagnóstico requiere una evaluación clínica exhaustiva, pruebas de CI adaptadas a la edad, escalas de conducta adaptativa y estudios complementarios para identificar la causa (genéticos, metabólicos, neurológicos). Es fundamental que se realice de manera temprana para establecer un plan de intervención adecuado.

El tratamiento es multidisciplinario. No existe una cura, pero la intervención oportuna puede potenciar las capacidades de la persona. Incluye estimulación temprana, programas educativos especiales, terapias de lenguaje, fisioterapia, terapia ocupacional, apoyo psicológico y social, además de orientación a la familia. En algunos casos, pueden requerirse fármacos para manejar comorbilidades como epilepsia, TDAH, ansiedad o trastornos de conducta.

El pronóstico varía según la causa, la gravedad y el acceso a apoyos adecuados. Muchas personas con discapacidad intelectual leve logran un nivel aceptable de autonomía e integración social, mientras que aquellas con grados más severos pueden requerir cuidados de por vida.

Este trastorno no solo afecta al individuo, sino también a la familia, por lo que el acompañamiento psicosocial es esencial. El objetivo principal es promover la inclusión, la independencia funcional y una mejor calidad de vida, respetando siempre la dignidad y los derechos de la persona.

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